Uxue Razquin
4 min readMar 14, 2021

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La abuelita al final de la calle

— Tengo tres cuerpos vestidos, colocados y casi definitivamente muertos — dijo Frances en voz alta con cierto regocijo. Su tono, inalterable, llenó la habitación roja.

Estaba en el segundo piso de su casa, en New Hampshire. Allí guardaba a sus víctimas. En esta ocasión fueron tres, pero a lo largo de los últimos años habían sido muchas más. Había perdido la cuenta; sin embargo, si se dedicase a amontonar los cuerpos, sin duda llegarían hasta el techo.

Sus vecinos no tenían razones para sospechar que en aquella casa había un cementerio. ¿Quién iba a imaginar que la abuelita que se dedicaba a hacer tartas de manzana, a leer novelas de misterio y a cuidar de su jardín tuviera una afición tan macabra?

Frances era una mujer de avanzada edad, de cabello blanco; tenía una cara llena de arrugas -la mayoría reunidas alrededor del mentón-, y gafas para ver de cerca. Era alta, aunque caminaba ligeramente encorvada; corpulenta, con unas manos pequeñas y regordetas. Con sus vecinos se mostraba simpática pero, al mismo tiempo, recelosa de su intimidad; solo hablaba y salía de su casa si era necesario.

Miró a los cuerpos y sonrió. Pensó en la policía, en si los agentes serían capaces de resolver lo que había hecho con ellos. El arma del crimen, por ejemplo. A uno lo había acuchillado; tres veces a la altura del abdomen. Lo había dejado desangrarse; le encantaba ver cómo crecía la mancha en el suelo. A otra de las víctimas, un hombre corpulento, la envenenó. Imaginó que, si le hicieran un análisis químico del estómago y se fijaran en los posos de la sopa de pescado que comió el día anterior, darían con el arsénico que utilizó para matarlo. A la última la mató a hachazos, copiando el modus operandi de la célebre asesina Lizzie Borden. Era demasiado obvio, pero a veces había que dejárselo fácil.

Las víctimas llevaban muertas un par de días cuando la policía irrumpió en su casa. Los agentes parecían hastiados. Cuando llamaron, Frances se encontraba en el piso de arriba, admirando su trabajo. Bajó lentamente; sabía a lo que venían. Cuando abrió la puerta, la saludaron amablemente: «Hola, Frances. ¿Nos acompañas?». Ella no dijo nada, y cerró la puerta tras de sí con un portazo. Los policías le señalaron el asiento de atrás del coche patrulla. Ella hizo lo que le ordenaban.

Al llegar a la comisaría, se sorprendió con la cantidad de gente que había congregada: los periodistas y algunos curiosos obstruían la puerta de entrada. Los agentes la condujeron a una sala. Al principio, le pareció que estaba vacía, pero de pronto le llegó el sonido de los aplausos y los vítores. Estaban jaleando su nombre. Parecían contentos, extasiados. Ella les recibió con una mueca. El agente que parecía estar al mando pidió silencio. A su lado, el gobernador Robert O. Blood, al que reconoció al instante porque lo había visto en los periódicos, empezó a hablar:

— Hoy es un día especial. Hoy queremos reconocer el trabajo de una mujer que en los últimos años ha ayudado a la policía a resolver casos con sus dioramas o “pequeños escenario de muertes inexplicables”. Agradecemos la labor de Frances Glessner Lee. Gracias por tu capacidad de observación y tus maquetas tan minuciosas, intuitivas y reales.

El gobernador hizo una breve pausa antes de seguir:

— Por todo ello, el estado de New Hampshire quiere nombrar a Frances capitana honoraria del cuerpo de Policía en reconocimiento a su labor a lo largo de estos años. Será la primera mujer que ostente el título.

Los agentes aplaudieron de nuevo. Ella agradeció la efusividad y las palabras afectuosas con un ligero movimiento de cabeza. Cuando la sala quedó en silencio, tomó la palabra:

— Me siento muy agradecida por este reconocimiento, para mí es un honor. Con mis maquetas he querido señalar las carencias de un sistema que no tenía en cuenta la investigación forense. Los Nutshell Studies sirven para tratar de observar y evaluar las evidencias indirectas, y en concreto, las que tienen que ver con el ámbito médico. Llevo años impartiendo clases en la Cátedra de Medicina Legal de Harvard y he formado a muchos forenses. Nunca pensé que también podría ayudar directamente a la policía. Recreo asesinatos para que los detectives puedan actuar con lógica; yo solo intento potenciar su capacidad de observación y deducción.

***

Frances llegó a casa muy cansada. La noche estaba al caer, la celebración duró más de lo que ella hubiese querido. Decidió que no trabajaría más, era muy tarde. Igualmente, subió al segundo piso, a su taller de carpintería, a echar un último vistazo. Allí estaban, no se habían movido: los tres cuerpos. Ella sabía mejor que nadie lo mucho que importaban los detalles, y que la resolución de los casos dependía de ellos. Por eso se esmeraba en las recreaciones, que debían ser lo más reales posible.

Se acercó a la ventana. Le llamó la atención la luz de la casa de enfrente. A pesar de lo tarde que era, su vecina estaba despierta. No le gustaban los fisgones. Cerró las cortinas. Miró a las víctimas una última vez antes de apagar la luz.

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Uxue Razquin

Periodista. Crítica de radio y podcasts. Divulgadora científica. Librera.